lunes, 2 de junio de 2008

"Río Arriba" (análisis)

“Río Arriba” es un documental que intenta mostrar el desgaste cultural que sufrieron los habitantes de Iruya, una localidad en la provincia de Salta, al ser explotados en los ingenios azucareros para los que trabajaban. Ulises de la Orden, director y protagonista del film intenta reconstruir con su viaje parte de la historia de su familia, ya que fue su bisabuelo, Manuel de la Orden, quien logró, años atrás, progresar con el manejo de uno de estos ingenios. La película pone en imágenes un recorrido no solo geográfico sino también metafórico (a través de la vida) que Ulises emprende. Desde pequeño viajaba a Iruya, llenándose los ojos de bellezas naturales y riquezas culturales con cada visita. Atractivos que se mantuvieron actualizados para él lo suficiente como para justificar el retorno durante dos décadas, desde su Buenos Aires natal, a este sitio del noroeste argentino. Sin imaginar que un día sus emprendimientos turísticos se verían relegados por la necesidad de otorgarles voz a aquellos aborígenes que sufrieron el desarraigo cultural en pos de aumentar la ganancia de grupos oligárquicos que exigían productividad al menor costo.
En un viaje que se muestra como indisociable de su relato por estar narrado desde la experiencia misma, buscando mostrar con ella una realidad para muchos ignorada, el protagonista se ve envuelto en lo que Campbell definiría como el “camino común de la aventura del héroe”. Ulises se encuentra así iniciando su travesía desde su ciudad hacia la salteña, experimentando una “separación” de su lugar de origen e “iniciándose” en una nueva experiencia que le deparará obstáculos para, finalmente, “retornar”. Pero la diferencia en esta película radica en la forma de mirar al Otro, en la intención de ponerse en su lugar, de contar la historia desde el punto de vista de las víctimas, incluso a sabiendas de que el “héroe” (que viene a ser Ulises) que intenta mostrar esa realidad está emparentado con quien cumplió alguna vez el rol de victimario. Es notoria la “vuelta de tuerca” que se le da al concepto que él tenía de su bisabuelo, una imagen creada en el seno familiar, pasando de ser el inmigrante que sobrevivió y se repuso de su precaria condición de forma heroica a ser el causante del deterioro de una cultura que, previo a la relación laboral de dependencia, se autoabastecía exitosamente. Sin embargo, si hay algo que puede deducirse es que no todo es blanco o negro. Siempre la moneda tiene dos caras. Probablemente don Manuel no era totalmente conciente del daño que provocaba cuando creía que estaba posibilitándoles el “progreso” a los kollas mediante el trabajo en las zafras. Y enfrentarse a esta realidad dual es uno de las dificultades que Ulises debió atravesar para despojarse de prejuicios y poder mostrar las secuelas in situ, lidiando a la vez con la culpa que le producía sentirse, en parte, responsable de lo sucedido simplemente por los lazos sanguíneos que lo unen a su antecesor.
Viajando en tren, a dedo, a pie e incluso a lomo de burro, enfrentándose muchas veces a condiciones climáticas adversas, Ulises construye su trayecto mostrando la vida en Iruya, valiéndose de testimonios, mapas, libros y fotos para rescatar el pasado y apoyándose en un antropológico trabajo de campo a través del cual se refleja el presente, asistido por los aportes de los pobladores. Finalmente vuelve transformado por la experiencia y con la firme idea de compartirla con aquellos que desconocen esta realidad, provocando que sea difícil “pasar por alto” las pruebas que nos recuerdan que es necesario saber la historia para no repetirla, conocer el pasado y el presente para poder actuar en consecuencia y mejorar la perspectiva con respecto a la construcción del futuro.

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